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Las encuestas del Doctor Lemoine


Las encuestas del Doctor Lemoine

CARLOS LEMOINE, INGENIERO Y MATEMÁTICO BOGOTANO, ES UNO DE LOS PIONEROS DE LAS ENCUESTAS EN COLOMBIA. TRAS CASI CINCUENTA AÑOS EN EL OFICIO DE LAS MEDICIONES, CONOCE EL DEVENIR DEL PENSAMIENTO POLÍTICO, EL SENTIR ANTE LA VIOLENCIA Y EL DESARROLLO ECONÓMICO DE LOS COLOMBIANOS. SU MAYOR OBRA ES HABER CREADO Y DIRIGIDO EL CENTRO NACIONAL DE CONSULTORÍA, QUE ESTE AÑO CUMPLE TREINTA AÑOS Y QUE SE HA CONVERTIDO EN UNA DE LAS MÁS ACERTADAS FIRMAS A LA HORA DE INTERPRETAR LA INTENCIÓN DE VOTO DE LOS COLOMBIANOS.

Publicación revista BOCAS/Casa Editorial EL TIEMPO Agosto 2.018

Por María Alejandra Villamizar

Fotografía Pablo Salgado

 

Las encuestas y su credibilidad están bajo fuego, pero ellas insisten en estar ahí, en influir a ese etéreo sujeto que es “la opinión pública”, en mandar mensajes para las mayorías y para las minorías.

La llegada de la tecnología, que descubrió en cada ser humano un “opinador”, desafió ese credo de la exactitud estadística. Hoy son pocos los que creen que las encuestas resistirán y apuestan a que, en un futuro muy cercano, los estudios de opinión dejarán de existir como se conocen y evolucionarán.

Carlos Lemoine (Bogotá, 1931) es uno de los primeros encuestadores en Colombia y, tras casi cincuenta años en el oficio de las mediciones, conoce a profundidad el devenir del pensamiento político, el sentir ante la violencia y el desarrollo económico de los colombianos.

Su imagen de hombre bueno es evidente. No es alto. Su color de piel cetrino contrasta sutilmente con sus ojos café claro, casi miel. Sonrisa medio escondida y dulce. El toque de su pelo blanco le pone el punto definitivo de su nobleza y, por si las dudas, su presencia impone silencio.

Las pausas son su sello. Es un señor que suma, multiplica y divide en su mente cifras que conmuta a toda velocidad, sin que se note. Todo es calma en él. Por eso sorprende que, sin aspavientos, cada frase suya tenga la fuerza de un vendaval. Sus interpretaciones son una mezcla de tino, profundo sentido común, conocimiento, lógica y visión. Y humor. Buen humor.

Bogotano bogotano. Ha tenido esposas bogotanas, hijos bogotanos y su obra de vida, el Centro Nacional de Consultoría, ya cumple treinta años en la capital, aun cuando su mirada sea nacional, mundial. Lo llaman “doctor Lemoine” porque, en efecto, es doctor de la Universidad de Maryland y porque es un señor, de los de antes, siendo, además, el más moderno de su empresa, el más vanguardista. En tiempos de incertidumbre, pareciera ser de los pocos que la tienen clara.

¿Un matemático en investigación social?

Estoy convencido de que las cifras toman valor cuando se vuelven mensaje. El trabajo que he hecho en el Centro Nacional de Consultoría se guía por la fórmula: investigación + conversación = transformación. Si las cifras no se convierten en conversación, no afectan la realidad. Cuando una investigación no provoca “conversación” o reflexión para orientar la acción o la reflexión, no hay transformación.

¿Cuándo empezó a “medir” el país?

Entre 1969 y 1971 trabajé como director de Análisis Socioeconómico en el Departamento Nacional de Estadística (DANE), cuando, bajo la dirección de Ernesto Rojas Morales, en el gobierno del presidente Carlos Lleras Restrepo, se ordenó modernizar el sistema estadístico de la Nación. Hicimos la primera medición de desempleo a través de la Encuesta Nacional de Hogares, el sistema de pronósticos agrícolas o de cosechas y otro semejante en el sector de la construcción. Esto evolucionó hacia la propuesta de un Sistema Estadístico Nacional, orientado a organizar la estadística de todos los sectores que se adoptó más adelante en el DANE.

¿Cuándo y con qué empresa decidió hacerse empresario?

Participé en la creación de Coldatos (1971), la cadena de restaurantes de pollo apanado Frippo (1976) y la Constructora Lemoine (1978). Las organicé con amigos y familiares, siempre en calidad de socio, antes de crear el Centro Nacional de Consultoría, con la cual me hice conocer en el país. Empezar a ser empresario fue un asunto de oportunidad porque se trataba de lo que había aprendido en el DANE –encuestas– y de aprovechar una coyuntura política muy especial, fin del Frente Nacional y quiebre del bipartidismo, que representaba mucha incertidumbre y para lo cual las encuestas eran un sistema de información novedoso.

¿Cuál fue esa novedad?

La investigación de mercados tiene características muy democráticas en el sentido de que debe tener todo tipo de profesionales: psicólogos, matemáticos, ingenieros de sistemas, encuestadores, entre otros. Desde el principio convocamos y enganchamos a estas personas para conformar un equipo sólido con múltiples miradas sobre un mismo fenómeno. En un cierto sentido, Coldatos y el CNC replicaron el modelo del DANE. Ambas empresas realizan investigación tradicional del mercado: precios, marcas productos e investigación social. Comenzamos haciendo pronósticos electorales. Nadie los hacía en ese entonces.

Su infancia fue muy bogotana, pero de campo. ¿Cómo es eso?

Mi infancia está partida en dos. En la primera etapa estuve en el campo. Vivíamos en una finca cerca de Usme y tengo un recuerdo grato sin televisión, ni luz eléctrica, ni radio. Mi mamá le leía novelas a la familia en las noches en voz alta. Era nuestra tele novela de la noche. Luego vinimos a Bogotá a los barrios populares y vi mucha violencia y después del 9 de abril de 1948 mucho miedo. Fui el menor de ocho hijos.

Esa infancia de la Bogotá popular, la vivió en un colegio público.

No hice primaria, y sí, entré a hacer bachillerato al Colegio Camilo Torres que hoy lo recuerdo con afecto y admiración. Era un buen colegio, y allí hice buenos amigos para la vida. Luego fui a la Universidad Nacional, estudié Ingeniería y Matemáticas. Fue gratuita la educación mía y un buen negocio para el gobierno haberme educado.

¿De dónde viene el apellido Lemoine? ¿Francés, supongo?

Sí. De mis antepasados quiero decir que el papel que ocupo hoy en la sociedad colombiana es muy similar al que tenía mi tatarabuelo cuando vino a Colombia: los estudios muestran que los apellidos se mantienen por siglos en la misma capa social, aquí y en todos los países del mundo.

¿Qué tipo de empresa es el CNC?

Es una empresa que tiene dos partes que se conectan muy bien. La parte del trabajo de campo y de la recolección de información que va hasta lo más profundo del país. En ese sentido es como un sistema nervioso que está conectado con todos los rincones del país, hemos ido a los municipios en donde ha sido más fuerte el conflicto, donde ha habido más minas personales. Y, recíprocamente, ese aparato nervioso, en comunicación con el país, tiene una parte complementaria, un equipo de economistas, ingenieros, sociólogos, antropólogos y administradores de empresas que pueden asimilar toda la información que les llega de ese sistema nervioso y de las corrientes modernas. Entonces se piensan cambios y se proponen caminos para las empresas, para los programas de gobierno.

Las encuestas del Doctor Lemoine

¿Es como vender ideas soportadas en cálculos matemáticos?

Algo así. Una idea general es que el país puede y debe crecer mucho más. Las posibilidades son una parte de la realidad y las posibilidades dan para que el país crezca más y sea más próspero. Liberar al país de esa estrechez mental de que estamos condenados a ser pobres. Esa es una idea que ha aclimatado el Centro y, por eso, estudiamos cuáles son las empresas que son capaces de crecer en dos dígitos.

Su empeño ha madurado treinta años, pero ¿cómo fue la infancia de esta empresa?

Se lo cuento con una anécdota: el presidente Lleras decía que una empresa como el Centro Nacional de Consultoría no era viable en Colombia. Lleras no concebía que a los empresarios y a los políticos les fuera a interesar qué pensaban los ciudadanos. Para ese tipo de trabajo y de servicio no había un mercado en Colombia.

¿Desde ese momento, era tan cerrada la sociedad colombiana?

Es que estoy hablando de Carlos Lleras y Alberto Lleras que son personas que tuvieron su madurez en la época de Hitler, que no era muy democrático; de Stalin, que no era muy democrático; de Franco, ,que no era muy democrático. Para ellos su concepción era que las ideologías eran las que diseñaban los carriles por la que transitaba el tren del país. Esa concepción, que viene a partir del diálogo, es muy reciente y el país apenas comienza a transitarla.

¿Y eso traería cambios en la forma de dirigir el país?

Es una evolución enorme. En el fondo, significa romper los muros ideológicos que los dirigentes han tenido siempre con el borde de su pensamiento. Destruir esos muros y decir: “Hombre, las cosas son para conversarlas”. Por ejemplo, hablan de la justicia como si fuera una piedra sólida que estuviera en alguna parte. La justicia es algo que la sociedad tiene que estar conversando permanentemente.

¿El sentido del ejercicio de la conversación se adquiere al final con su contenido o con el ejercicio mismo de conversar?

Hay mucho que decir con respecto de eso. La conversación genuina es un acto de afecto con el otro: es de reconocerlo. Y lo otro es que la conversación siempre es positiva. La conversación lleva a la paz y a la innovación, la conversación permite construir futuros compartidos, la conversación es el mecanismo de trasmisión del conocimiento.

¿Las encuestas son solo números o son un termómetro de emociones humanas?

La encuesta, en el fondo, parte de una conversación. Se hace luego una codificación para ensamblar todas las conversaciones y poder ordenarlas y servir la mesa. La tecnología lo que hace es que la persona tenga conversaciones con interlocutores más lejanos. La interlocución con personas lejanas es lo que lleva a la innovación. En la conversación cotidiana repites las ideas, pero cuando se habla con personas de otros países, encuentras cosas que no te habías pillado. La dimensión del mundo de uno está dada con el lenguaje, hasta donde llega el lenguaje, internet aporta ampliar el lenguaje, y el mundo que describes con él. Mi objetivo es una mayor comprensión del ciudadano para hacer más inteligente en sus decisiones al Estado o a las empresas.

Qué le pasa por la cabeza cuando oye las críticas de una encuesta, que no le pega a los resultados.

Yo entiendo perfectamente que la gente se moleste porque entiendo que no es cosa fácil entender que la encuesta se hace un día, y que la gente tiene una cierta probabilidad de cumplir lo que promete, pero siempre puede cambiar de opinión. Entonces entiendo que ese elemento de azar, de incertidumbre, no lo maneja el común de la gente. Somos como los meteorólogos, mucho más acertados que ellos, pero jugamos en la misma liga y estamos sujetos a unos cambios de las atmósferas de opinión que pueden ser muy grandes de un día para otro.

¿Cómo describiría la atmósfera nacional de hoy?

El país tiene capas. En lo económico, las empresas están en un modo de recuperación lenta. Otra capa son los territorios donde hubo todo ese impacto de la violencia y el conflicto: creo que están sintiendo que las cosas están cambiando positivamente en los sitios donde habitaron las Farc y se siente un ambiente de reconciliación del Estado. La gente en general tiene cierta curiosidad con un nuevo gobierno. Y están los medios, que introdujeron un concepto de polarización, que es una narrativa mediática, de incertidumbre, pero que no penetra los huesos del país profundo.

Teniendo en cuenta esas atmósferas de las que usted habla, ¿por qué ganó el NO?

El egoísmo es un mensaje que circula fácil. “Todo para mí”. Es el mensaje de Trump: “Todo para los americanos”. Hitler decía lo mismo: “Alemania sobre todo”. Entonces, en el proceso, eso era fácil: “No les demos nada a las Farc, todo para nosotros”. Ese ar­gumento: “Todo para nosotros, nada para ellos”, es un argumento que cala. Ahí se vio la dificultad del buen liderazgo, de hacer ver que colaborar era más rentable para el país, que conversar con el enemigo era mejor que echarle bala y que escuchar a los de­más, enriquece. El país, y eso lo hemos medido, es básicamente autoritario y sectario en el sentido en que les gustan las verdades inamovibles.

¿Se puede cambiar ese mensaje, esa narrativa?

Yo creo que sí, muchos países lo han hecho. El mi­lagro japonés es una nueva narrativa de lo que era el Japón y sobre las relaciones entre los trabajado­res y los empresarios. Lo mismo el milagro alemán, que fue una nueva narrativa sobre las posibilida­des de Alemania. No fue compartido por muchos, fue perpendicular, pero logró vender el concepto de reconstrucción de su identidad, de su orgullo, de su papel en la historia. Entonces sí es cues­tión de construir un sueño. Los países necesitan, las personas, las empresas necesitan perseguir un buen sueño, es la clave de un buen camino. Es cuestión del liderazgo.

Cinco de sus hijos se han vinculado a su trabajo, a su empresa.

Se han venido dando porque ellos han querido y me gusta tener la compañía de ellos. Tienen más com­promiso que la mayoría en la empresa. Pero no es una empresa familiar, tenemos socios españoles, y busca ser abierta y cosmopolita. No está concebido como un negocio de familia.

¿Cómo define al político colombiano?

El país ha progresado mucho. Cuando uno ve lo que fue la violencia liberal y conservadora, a la larga fue una violencia que se originó en las altas directivas del país. La clase dirigente de ese momento legiti­mó la violencia como firma de relación política. Al­berto Lleras dio un golpe enorme de civilización al descalificar la violencia patrocinada por las clases dirigentes.

Pero ¿qué impresión le dan los políticos de hoy, cuando le piden consejo para las elecciones, por ejemplo?

Los políticos son mejores candidatos que parla­mentarios o presidentes, y mejores presidentes y senadores que expresidentes y exsenadores. En materia política el país está cambiando de piel.

¿Qué hay de la corrupción, el “todo vale”, el “sa­lirme con la mía”?

Hay un camino que le falta recorrer al país y ese es el camino hacia la integridad; que lo que se prome­te, se cumple. El país todavía no ha entendido el mal que se le hace a la convivencia, cuando no hay in­tegridad en el desempeño y en el cumplimiento de compromisos. El país no ha entendido la necesidad de orquestar compromisos y cumplirlos como me­canismo de funcionalidad de la sociedad. Estas son tareas de nuestra cultura que hay que hacer. A la larga el gobierno, el Estado y los políticos tienen un deber pedagógico que no han asumido plenamente. Es una tarea pendiente.

¿Cómo se interpreta, en cifras reales, el lideraz­go en Colombia en los tres últimos gobiernos?

Siempre se ha dicho: “por sus frutos los conoceréis”. El liderazgo debe medirse por los cambios que ha tenido el país que son, en muchos campos, muy positivos. Por ejemplo, la pobreza pasó de cerca del 50 % hace veinte años, a la mitad: 25 %. El ingre­so per cápita de los colombianos creció un 52 % por encima del de los ciudadanos de Estados Unidos, donde el ingreso por persona en el mismo lapso cre­ció un 23 %. Y quizás, más importante para el país, porque una sociedad se define por la forma como trata a sus niños, la mortalidad infantil se redujo a la mitad lo mismo que la desnutrición en niños me­nores de cinco años. Luego, en el campo educativo, el número de años de escolaridad ha crecido en un 45 %, cifra muy superior a la de Estados Unidos, Chile o China. Y finalmente el fin de las Farc y la re­ducción de la violencia nos permiten afirmar que el liderazgo político ha tenido claro el objetivo social y ha logrado el crecimiento del país. Si se mira atrás, y comparamos el país de hoy con el país del secues­tro de hace veinte años, los avances son enormes. Mirando los presidentes por lo positivo, Pastrana entendió la necesidad de la ayuda externa para fortalecer las fuerzas militares y ese fue su acier­to; Uribe se sintonizó muy bien con el país, con su necesidad de coraje para enfrentar la subversión y de ser oído y de progresar; Santos con el proceso de paz hizo algo que el país necesitaba y no le veía camino a su logro y demostró que se podía. Pero el país necesita otros ritmos de crecimiento, en este mismo periodo en que nuestro ingreso creció un 50 % el de los chinos subió un 250 %. Solo los paí­ses que han crecido aceleradamente han podido suprimir la pobreza.

¿Tareas pendientes?

La ética: que quienes dirijan, que den ejemplo. El país, además, necesita exorcizarse de la crueldad en el trato y elevar la forma de conversar sobre el mismo. Los colombianos sentimos que a los líderes les ha faltado sentido de historia: cotidianamente nos han puesto delante de luchas personales sin grandeza.

¿Se define como un optimista? Sí, soy optimista. Hay un deseo grande de progreso y hay muchos instrumentos para lograrlo. Además, es mejor ser optimista que pesimista.

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